jueves, 16 de abril de 2015

Los "seres humanos normales" de Rajoy

Rajoy ha arengado a los suyos para recuperar los votos que lograron hace cuatro años porque, ha dicho, "detrás de populistas y demagogos, hay gente honrada, que quiere a su país". "Seres humanos normales", ha asegurado, en los que el PP confía para ganar las elecciones autonómicas y municipales. La mayoría silenciosa a la que se ha aludido tantas veces a lo largo de la legislatura. (El Mundo, 11/04/2015)  

Obviamente, en este contexto, la categorización de lo normal y lo anormal es puramente coloquial. Todo el mundo entiende como elogiosa la calificación de normal y como ofensiva la de anormal, con independencia de que a niveles estadísticos se considere normalidad como el resultado obtenido una vez aplicadas las medidas de centralización pertinentes, se trate de la media aritmética, la mediana o la moda. Aplicados los patrones de medida oportunos, nos encontraríamos con la normalidad sociológica y la normalidad histórica, unas normalidades que, por cierto, son severamente cuestionadas y criticadas durante los periodos de transición y revolución social, momentos de parto histórico y nacimiento de nuevas categorías normalizadoras.

Quien en tono despectivo acusa a su congénere de ser un anormal no advierte que la normalidad siempre se ha regido por la anormalidad. Mejor dicho, sin anormalidad no hay evolución. Las mutaciones en los alelos, producidas por un agente discordante, una radiación, por ejemplo, generan siempre seres anormales, que no se ajustan a la norma general ni a la regla. La evolución genera monstruos. Una mutación somática es siempre una monstruosidad y su resultado siempre es un ser deforme. 

Pero ciertas deformidades resultan ventajosas frente a otras. Si el albinismo en la selva tropical y en el medio mediterráneo es una condena a muerte segura (el gorila albino del zoo de Barcelona Copito de Nieve era un condenado a muerte, pena conmutada por vivir a perpetuidad en la cárcel del zoo), en las áreas polares es una bendición (Osos polares, zorros árticos, etc). La evolución es así, un cúmulo de anormalidades o, si se quiere expresar así, de monstruosidades genéticas una sobre la otra. Sin seres anormales no hay evolución, sin modificaciones anormales en la estructura social tampoco hay historia. 

El positivista jurídico posiblemente no vea muy claro que las normas están hechas para cambiarlas. El jurista llama irregularidad a la infracción cometida en claro desafío a una norma homogénea y preestablecida. Pero las ideologías siempre han sido conservadoras, inconscientes de que ellas mismas se cimentaron en su momento sobre la anormalidad, rinden un culto excesivo a lo uniforme, a lo regular y a lo homogéneo, precisamente cuando el nacimiento del orden viviente supuso una clara anomalía en relación a la estabilidad molecular prebiótica. 

Y para la normalidad biológica la cultura fué otra anomalía en el orden bioadaptativo. Los homínidos hábilis, ergaster,  rudolfensis y erectus, en calidad de simios mutantes y anormales, comenzaron a experimentar cambios estructurales anormales. Sin que los genes les dieran las oportunas instrucciones, empezaron a tallar piedras, a afilar palos y a encender hogueras. Se salieron de la norma o, si se quiere expresar así, edificaron una norma nueva.   

Otra vertiente de los conceptos de anormal o subnormal sería la referente a las capacidades psíquicas y físicas, la cual diametralmente con la deontología médica, psiquiátrica y psicológica vigente en estos tiempos, lo que otros llamarían lo políticamente correcto. Al margen de que el uso de categorías peyorativas de este tipo ya ha sido estudiado y deconstruído de forma pormenorizada por dos grandes epistemólogos franceses, Georges Canguilhem, en Lo Normal y los Patológico y Michel Foucault en ensayos referidos a Los Anormales, Este último expresaría muy bien el sentido del dilema: “Cuando un juicio no puede enunciarse en términos de bien y de mal se lo expresa en términos de normal y de anormal. Y cuando se trata de justificar esta última distinción, se hacen consideraciones sobre lo que es bueno o nocivo para el individuo. Son expresiones de un dualismo constitutivo de la conciencia occidental.” 


Al margen de los chascarrillos de todo tipo que ha suscitado la citada petición, nos ceñiremos al sentido político que le ha dado al término, del que naturalmente quedan excluidos los indeseables, "detrás de populistas y demagogos, hay gente honrada, que quiere a su país"  e incluyendo expresamente a una mayoría social de clases pasivas, no en sentido económico sino político, que coincide con la de los apáticos, con la mayoría silenciosa que no se manifiesta y no da problemas al gobierno, es decir, a esa gente honrada que curiosamente vota a los corruptos.

De todos modos hay que reconocer que Rajoy se guía por su instinto de político conservador y lo que está reclamando es un retorno a la normalidad y la estabilidad, de ahí la continua afirmación, encubridora de un deseo, de estar saliendo de la crisis. Los períodos de crisis, tormenta y torbellino históricos alimentan los radicalismos (los populistas y demagogos, en su lenguaje) y es en esos momentos en los que se decide la marcha en un sentido o en otro. 

En cambio, en las épocas de normalidad y estabilidad económica, social y política, prevalece la moderación y el conservadurismo. Quien nada tiene que arriesgar en una apuesta radical nada tiene que perder (solo sus cadenas, añadiría el Manifiesto comunista) en cambio, quienes tienen asegurados unos mínimos vitales, una procura existencial que los hace plenamente dependientes, no suelen apostar mas que por la conservación de lo establecido. Esos son los humanos normales a los que Rajoy pide el voto. Lo malo es que gracias a sus políticas de ajuste, esos seres humanos normales (las clases medias) se están convirtiendo en una especie en vías de extinción. Y es que la historia se nutre de paradojas como la actual, de que un sistema ha acabado aniquilando el soporte social de sí mismo.




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